martes, 26 de febrero de 2008

Evocando


En los claustros del alma la herida
yace callada; mas consume hambrienta
la vida, que en mis venas alimenta
llama por las medulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida,
que ya ceniza amante y macilenta,
cadáver del incendio hermoso, ostenta
su luz en humo y noche fallecida.

La gente esquivo, y me es horror el día;
dilato en largas voces negro llanto,
que a sordo mar mi ardiente pena envía.
A los suspiros di la voz del canto,
la confusión inunda l’alma mía:
mi corazón es reino del espanto.

Francisco de Quevedo - Soneto En los claustros del alma la herida.



Soledad diluida
dibujada en el aire
en forma de humo
de los mil cigarrillos
que habitan en mí.

Interpongo la copa
giro los ojos al sol.
Garabato flotante
de los mil recuerdos
que habitan en mí.

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